El siniestro ocurrido en la Línea 12, la más nueva del Sistema de Transporte Colectivo Metro, mejor conocida como Línea Dorada, ha despertado tal indignación no solo porque el desplome de la trabe causó la muerte de 26 personas y decenas de heridos, sino porque se convierte en un monumento más a la negligencia de las autoridades capitalinas. Lo que muchos consideraban desde su creación que era cuestión de tiempo para ver un desperfecto, nunca, al menos no los usuarios, esperaban que la magnitud de la falla fuera tan devastadora. Desde un inicio el gobierno capitalino enfatizó que las investigaciones serían transparentes. Para hacer todo más mexicano, partidos políticos mostraron más interés por golpear al partido en el poder y este se ha dedicado a minimizar las acusaciones, en lugar de mostrarse empáticos con las víctimas y trabajadores. Los trabajadores, que desde hace mucho han expuesto las malas condiciones y falta de mantenimiento de las instalaciones, pidieron la destitución de la directora del metro, Florencia Serranía, quien, por cierto, resultó ser también la directora de mantenimiento, después de los “incidentes” de los últimos meses en el Metro, sigue en el cargo. Más allá de las culpas y disculpas de los que han sido señalados y sólo se echan la bolita, más allá de los colores sentados en las posiciones de poder, más allá de la politiquería, más allá de los intereses electorales, una vez más los afectados, los afligidos y los que se tienen que acostumbrar, los que tienen que sanar, los que tienen que pagar las consecuencias de los malos manejos administrativos, sí, de la corrupción, es la clase trabajadora, los invisibles que sólo importan en periodo electoral, los mismos que tendrán que tragarse la indignación cuando vean que no hay responsables o no los que se han señalado, los que tendrán que sacudirse el miedo y la pena porque ¡¿no hay de otra?!