En este artículo se propone un análisis comparado e histórico de los sistemas electorales americano y mexicano a partir de datos relevantes derivados de las elecciones recientes en Estados Unidos.
Los candidatos, el procedimiento y los resultados de la reciente elección de presidente y vicepresidente en Estados Unidos han generado y seguirán generando una gran cantidad de comentarios, de entre los cuales hay uno que me ha llamado poderosamente la atención: la reiterada crítica en nuestro país al sistema electoral de elección popular indirecta en primer grado, en virtud del cual existe la posibilidad de que un candidato presidencial con mayoría de votos populares pierda la contienda; sistema electoral que encierra otras claves del sistema político de ese país a las que habré de referirme, sin dejar de hacer algunas comparaciones con el sistema electoral mexicano.
El sistema de elección popular indirecta lo hemos tenido nosotros en México y en varios grados para elegir presidente, diputados, senadores, ministros de la Corte, fiscal y procurador general.
“Los magistrados electorales locales, por su parte, ahora son designados por el Senado y, todo indica, nunca más por los congresos locales, pues nuestro federalismo se fortalece cada vez más.”
En nuestras primeras constituciones lo fue en tercer grado, con la elección de electores de parroquia, de partido y de provincia; después, con la de 1857, se convirtió en indirecto en primer grado. En 1911, una reforma a la ley electoral estableció la elección popular directa de diputados y senadores. Pero fue hasta el texto original de la Constitución de 1917 donde se estableció la elección popular directa del presidente de la república, se modificó la de ministros y el procurador fue nombrado y removido libremente por el ejecutivo.
El Sistema Político
Un sistema político se compone al menos de tres elementos básicos: forma de gobierno –incluida su organización territorial–, sistema electoral y sistema de partidos. La Constitución americana estableció un presidencialismo puro o equilibrado en un régimen federal –dejó de lado el parlamentarismo, cuando todavía nadie pensaba en el semipresidencialismo o semiparlamentarismo–. Tal vez los colonos ingleses convertidos en constituyentes de un nuevo país tuvieron claro el riesgo de que la elección popular directa del presidente los regresara a la monarquía absoluta, pero pensaron también que una elección por las cámaras podría generar un presidente débil y poco eficaz. Así es que optaron por el justo medio que fue la elección popular indirecta, a través de los colegios electorales.
En sentido estricto el sistema electoral es la forma de convertir votos en cargos públicos; en un sentido amplio es el conjunto de instituciones y procedimientos –administrativos y jurisdiccionales u otros como el político– para alcanzar el mismo fin. En consecuencia, es necesario estudiar también cuáles son las autoridades que organizan las elecciones, cuentan los votos, declaran triunfadores y, llegado el caso, resuelven las controversias que surjan.
Siguiendo el ejemplo de su antigua metrópoli, desde un principio el sistema de partidos políticos en Estados Unidos ha sido bipartidista, en tanto que el nuestro, a partir del siglo pasado, ha transitado de la atomización al sistema de partido hegemónico; después de muchos años de mantener éste por un tiempo pasó al de partido predominante; luego, unos pocos años tuvimos un pluralismo moderado para regresar actualmente al sistema de partido hegemónico.
El sistema electoral americano en sentido estricto siempre ha sido el de mayoría para la elección presidencial, igual que el de nosotros; en tanto que para la elección de legisladores, a lo largo del siglo anterior y lo que va del presente, nosotros pasamos del sistema de mayoría relativa a diversas modalidades de sistema mixto –mayoría y representación proporcional– con dominante mayoritario en la Cámara de Diputados y, finalmente, también en la de Senadores, donde se agregó además el principio de primera minoría.
La Garantía del Federalismo
En Estados Unidos las elecciones las organizan los gobiernos locales, es decir, los estados de la Unión Americana, conforme a las leyes que discuten y aprueban sus representantes locales. Esto significa que el sistema electoral es la expresión más fiel de su sistema federal, entendido incluso como una garantía de supervivencia. Es por ello –entre otras razones, seguramente– que no ha podido ser reformado, a pesar de los diversos intentos por cambiar el actual sistema de elección indirecta, una vez modificada su versión inicial –indirecta en segundo grado– y establecido como está ahora después de la doceava enmienda –de 1804–. En 1949 hubo una propuesta de enmienda para establecer la proporcionalidad de los votos electorales –en lugar del sistema de mayoría donde el que gana se lleva todos los votos–, que fue aprobada por el Senado, pero no por la Cámara de Representantes; modalidad que a la fecha solo dos estados de la Unión han adoptado. Las controversias son resueltas por las cortes locales y, excepcionalmente, por la Corte Suprema.
La Otra Versión de República Federal
Nosotros, por nuestra parte, también tuvimos vicepresidente, aunque alguna vez uno de ellos haya mandado fusilar al presidente. Así es que en el texto original de la Constitución de 1857 se eliminó la figura, hasta que se consolidó el presidencialismo autoritario y se volvió a establecer, en 1904, como una figura decorativa. Pudo no haber sido tan decorativa, por lo que en un golpe de Estado militar fueron asesinados los dos. Para evitar este tipo de confusiones la vicepresidencia mejor fue eliminada en 1917.
Entre nosotros, originalmente y después –cuando la elección presidencial ya era popular directa–, la organización y los procedimientos siempre correspondieron a los estados de la república y a las autoridades locales del Distrito Federal -las que después dejaron de ser locales y se volvieron federales para quedar finalmente como están ahora, hasta con su propia Constitución local-. Pero nada más hasta 1946, en que se creó la Comisión Federal de Vigilancia Electoral, después Comisión Federal Electoral, Instituto Federal Electoral y ahora Instituto Nacional Electoral: la centralización de nuestro federalismo a través del sistema electoral en sentido amplio.
“En sentido estricto el sistema electoral es la forma de convertir votos en cargos públicos; en un sentido amplio es el conjunto de instituciones y procedimientos –administrativos y jurisdiccionales u otros como el político– para alcanzar el mismo fin.”
La solución de controversias, por su parte, se resolvió mediante una forma política: los colegios electorales de las cámaras que calificaban su propia elección y, la de Diputados, la elección presidencial. A partir de 1986, poco a poco apareció y dicen que se perfeccionó la forma jurisdiccional de resolver esos conflictos, primero con el Tribunal de lo Contencioso Electoral, luego con el Tribunal Federal Electoral y ahora con el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Los tribunales locales y federales no fueron necesarios para estos menesteres, desde que en 1881 se abandonó la tesis jurisprudencial de la incompetencia de origen y se reafirmó con ello la disposición legislativa de la improcedencia del amparo en materia electoral. La protección de los derechos político electorales de los ciudadanos quedó sin amparo más de cien años, pero entonces no era algo tan relevante como se dice que ahora es.
La Centralización Total Fallida
Durante el gobierno federal anterior –ejecutivo y cámaras incluidos– se estuvo a punto de centralizar todo el sistema electoral –supuestamente para que los gobernadores no intervinieran en la elección de las autoridades electorales locales–. Pero finalmente quedó un híbrido que se llama INE donde son los partidos políticos los que se propusieron designar a las autoridades electorales administrativas locales –según algunos– a través de sus comisionados, los consejeros electorales –con un procedimiento muy sofisticado pero muy efectivo–; aunque un efecto no previsto es que ha permitido la emergencia de un corporativismo electoral nacional. Los magistrados electorales locales, por su parte, ahora son designados por el Senado y, todo indica, nunca más por los congresos locales, pues nuestro federalismo se fortalece cada vez más.
“Ningún sistema electoral, incluido el de una democracia consolidada, puede permanecer inmune al cuestionamiento que implica el que uno de los contendientes principales rompa una regla básica de la contienda electoral: reconocer y aceptar su derrota.”
Es por todo ello que me resulta tan extraña la condena reiterada de un sistema electoral que expresa y garantiza la vigencia del federalismo en Estados Unidos. Supongo que se trata de voces nacionales que atienden preocupaciones domésticas. Así es que difícilmente podrán ser escuchados por nuestros vecinos y socios comerciales del norte, a los que no creo que convenza nuestro sistema electoral, ni nuestro federalismo. De cualquier manera, ningún sistema electoral, incluido el de una democracia consolidada, puede permanecer inmune al cuestionamiento que implica el que uno de los contendientes principales rompa una regla básica de la contienda electoral: reconocer y aceptar su derrota. La inestabilidad política que sobreviene es independiente de que el sistema sea de elección popular directa o indirecta. Pero eso permite al candidato derrotado mantener su liderazgo como opositor y mantener la seducción de su clientela electoral.